En El Hospital de la Transfiguración empieza el trayecto literario de Lem. Es una novela distinta de las demás, al ser contemporánea, e incluso se podría denominar como “novela de guerra”. Sin embargo, el autor consiguió en ella— en un espacio limitado de un hospital psiquiátrico apartado del mundo — poner en escena el drama del hombre como ser extrañamente desgarrado entre la mente y el cuerpo, buscando desesperadamente el sentido de la existencia e intentando salvar su instinto ético frente al nuevo nihilismo europeo que ataca desde fuera y desde dentro, en forma de una enfermedad del alma. Aunque no lo parezca, las obras más importantes de ciencia ficción de Lem tienen sus raíces aquí, en El Hospital de la Transfiguración.

Me gusta el primer tomo de mi novela de debutante, El Hospital de la Transfiguración, porque lo escribí sin saber que el mismo tema se habría podido desarrollar de mil o un millón de diferentes formas. Escribía como si cantara un pajarito, inconscientemente. Luego ya me faltó esta espontaneidad porque uno sabe demasiado de la vida y sabe bien “cómo se hace esto”, y de esta misma forma pierde la frescura. (La diferencia es más o menos como entre una cortesana refinada y una adolescente enamorada por primera vez).

Cada varias semanas iba en tren nocturno a Varsovia, en el asiento en la clase más barata -en aquella época era pobre- a las interminables conferencias en la editorial "Książka i Wiedza", donde machacaban mi Hospital de la Transfiguración con ideas y preguntas, donde adquiría todo tipo de crítica interna que revelaba su carácter decadente y contrarevolucionario. Eran toneladas de papel y mogollón de tiempo perdido. Pero cuando uno tiene veinte años y una disposición serena, puede aguantar bastante.