A día de hoy mantengo la opinión de que mis primeras novelas de ciencia ficción carecen de valor y calidad (a pesar de numerosas ediciones y la fama internacional que me han proporcionado). Las escribí, como es el caso de Astronauci, editado en el año 1951, por motivos que comprendo a día de hoy, a pesar de que el mundo descrito en ellas va en contra de todas mis experiencias vitales.
Es todo muy sencillo y de proporciones muy equilibradas. Aparece un ruso dulce y un chino azucarado. Es pura ingenuidad lo que hay en este libro. Qué infantil pensar que en el año dos mil habría un mundo tan bello y magnífico… Cuando escribí este libro era todavía muy joven y era como una esponja que absorbía todas las ideas que me proporcionaban. No hacía más que positivizar continuamente el mundo. En cierto sentido me engañé a mí mismo, porque escribí este libro por motivos honestos y dignos. Hoy no hace más que dejarme un mal sabor de boca.