Vacio perfectoGigamesh

Patrick Hannahan

(Transworld Publishers, Londres)

 

He aquí un autor que tuvo envidia del éxito de Joyce. En Ulises, toda la odisea se concentra en un solo día transcurrido en Dublín, el infernal palacio de Circe es el envés de la Belle Époque, la más barata confección pantalonera de Gerta McDowell se retuerce en una soga para el comprador Bloom, las cuatrocientas mil palabras forman un desfile de protestas contra la época victoriana, a la que hace estallar con el arma de todas las estilísticas disponibles para una pluma, desde el flujo espontáneo de la conciencia hasta el acta de un juez de instrucción. ¿No fue acaso la culminación de la novela y, al mismo tiempo, una monumental inhumación de la misma en el panteón familiar de las artes (en Ulises hay incluso música)? Se ve que no; se ve que el mismo James Joyce juzgó que no lo era, puesto que decidió ir más lejos y escribir un libro donde se concentrara la cultura no en una sola lengua, sino que fuera como una lente convergente del universalismo lingüístico, un descenso a los cimientos de la Torre de Babel. Ni confirmamos ni negamos aquí las excelencias de Ulises y Finnegan’s Wake, dos actos de temeridad en su aproximación a lo infinito. Una crítica solitaria ya no puede ser más que un granito añadido a la montaña de homenajes y anatemas erigida sobre los dos libros. En cambio, estamos seguros de que Patrick Hannahan, compatriota de Joyce, nunca habría escrito su Gigamesh si no hubiese existido aquel gran ejemplo, que para él fue un reto.

Hubiera cabido suponer que su idea sólo podía terminar en un fracaso rotundo. Es un esfuerzo vano producir un segundo Ulises o un segundo Finnegan. En las cumbres del arte sólo cuentan las primeras hazañas, igual que en la historia del alpinismo sólo son importantes las primeras ascensiones a unos picos todavía no conquistados.

Hannahan, bastante indulgente con Finnegan’s Wake, lo es menos con Ulises. «¡Valiente idea —dice— la de meter el espíritu del siglo xix europeo, emplazado en Irlanda, en el sarcófago de la Odisea! El mismo original de Homero es de un valor dudoso. Es un cómic de la antigüedad en el que Ulises desempeña el papel de Supermán, con el happy end de rigor. Ex ungue leonem: al escoger sus modelos, el escritor da la medida de su talla. La Odisea es un plagio manifiesto de Gilgamesh, aliñado conforme al gusto del público griego. Lo que en la epopeya babilónica constituía la tragedia de una lucha coronada por la derrota, ha sido convertido por los griegos en la aventura pintoresca de un viaje por el mar Mediterráneo. Navigare necesse est, “la vida es un viaje”, ¡qué pensamientos tan profundos! La Odisea es un plagio disminuido, ya que carece de toda la grandeza de la lucha de Gilgamesh

Hay que reconocer que Gilgamesh contiene realmente —tal como nos enseña la sumerología— unas tramas aprovechadas por Homero, por ejemplo, la de Odiseo, Circe y Caronte, y que es, tal vez, la versión más antigua de la ontología trágica, puesto que muestra lo que Rainer Maria Rilke llamaría treinta y seis siglos más tarde «el crecimiento» y que consiste en que «der Tiefbesiegte von immer Grösserem zu sein». El destino humano, visto como una lucha que conduce, irremediablemente, a la derrota: éste es en definitiva el sentido de Gilgamesh.

Vacío Perfecto desde el principio despertó la admiración de los lectores con el virtuosismo en el arte de escribir. Las reseñas de libros inexistentes comprendidas en el tomo el propio autor las dividió en: 1) parodias, pastiches y burlas, 2) esbozos de borrador, 3) un grupo indefinido de creaciones en las cuales el autor manifiesta sus atrevidas teorías, es decir, unas teorías que sobrepasan los límites ortodoxos de la ciencia de forma tan expresa que más cabe buscarles sitio en la literatura. Lo que más conmueve en Vacío Perfecto es un ingenio extraordinario a la hora de inventar ideas para las obras reseñadas.

Stanislaw LemCreo que mientras pasaban los años, me empecé a impacientar con el trabajo lento, poco creativo y concienzudo de elaborar tramas y argumentos. Para convertir la iluminación de una idea en narración hay que derrengarse bastante, encima en categorías extra intelectuales. Era uno de los principales motivos para tomar el atajo que suponen estos libros. Intenté imitar allí varios estilos: el estilo de una reseña crítica, ponencia, conferencia, un discurso de agradecimiento (de un premio Nobel) y más en este estilo. Estas experiencias se parecen a unas cajas que colocadas una encima de otra forman una escalera; por esta escalera subí hasta la planta donde estaba Golem.

Siempre intentaba reducir al mínimo el contenido argumental. Hace mucho que me aburre la solidez del relato en el cual la "marquesa salió de casa a las cinco". Para qué cojones quiero la marquesa, su casa y la hora. Hay que decir solamente lo que importa. Me di cuenta de que fabricando las reseñas e introducciones puedo hacer en el mismo tiempo muchas más cosas que necesito como experimentos de modelo que si hubiera dedicado a cada una de ellas el esfuerzo completo, en buena medida poco creativo. Si no tuviera la conciencia de estar limitado existencialmente a unos sesenta, setenta años y de que en pocos años mi cerebro empezará a desintegrarse progresivamente, quizás me permitiría aún dedicarme a realizar de forma completa ciertos experimentos literarios. En esta situación me siento justificado ya que me apuran circunstancias independientes de mí mismo.