Lo que sucedió fue que en la primera edición de Summa, el último capítulo concernía el futuro del arte en el siglo de la explosión tecnológica. Expuse allí, totalmente convencido, que la misma proliferación de obras en todos los campos de la literatura, música y artes plásticas, implica un factor destructivo, porque si tenemos miles de Shakespeare, nadie lo es. Esta afirmación se topó con una crítica muy severa de Leszek Kołakowski. Entablé con él una polémica en alemán, pero fue catorce años después, cuando muchas partes de este libro ya dejaron de ser fantásticas, sobre todo los fragmentos relativos a la ingeniería genética.
Desafortunadamente, su negación rotunda me desanimó tanto, que borré este capítulo de las siguientes ediciones. Hoy veo que tenía bastante razón. Cuando últimamente en Frankfurt se celebró la feria del libro en la que sesenta y cuatro mil editoriales presentaron doscientos ochenta y ocho mil publicaciones nuevas, alguien calculó que si durante el tiempo de apertura de la exposición uno quisiera ver todos estos libros, a cada uno le correspondería cuatro décimas de segundo. Leer esto a lo largo de una vida humana resultaría totalmente imposible. Hay aquí cierta tendencia a la autoamenaza, porque ya no hacen falta intervenciones políticas ni censura, dado que el arte emitido en tanto volumen y cantidad se somete a una especie de inflación fatal.