En Filozofia przypadku, con una desenvoltura intencional anuncié la idea de que una obra literaria no es más que un proyecto, y su lectura, la creación definitiva, que las obras oscilan entre los límites interpuestos del determinismo fuerte y la indeterminación radical (oposición entre el test de Rorschach y la descripción química de una molécula enorme: en las manchas de Rorschach el individuo aporta lo máximo de sí mismo, en el esquema de la molécula, lo mínimo). Trataba este problema sobre todo en su aspecto sociológico, anunciando que existe una “recepción estabilizadora” de la obra, de forma similar que en la evolución existe la selección (natural) que estabiliza la especie. Por eso, considero que no existen lecturas falsas y correctas, sino solamente las que elevan o rebajan la “gestalt-quality” de la obra total. Uno se organiza la obra como quiere y así la presenta, y es asunto suyo y su legítimo derecho qué sanciones recibe su consentimiento de la opinión pública, suponiendo que esta opinión ya ha realizado los actos colectivos de denominación (denotación, connotación), es decir, ha atribuido a la obra su nicho ecológico en el seno del sistema solidificado de bienes, hechos, calidades y valores culturales.