• Como se salvó el mundo

    The Cyberiad
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    Mortal EnginesEn cierta ocasión, el constructor Trurl fabricó una máquina que sabía hacer todas las cosas cuyo nombre empezaba con la letra ene. Cuando ya la tuvo lista, le ordenó, para probarla, que fabricara unas navajas, que las metiera en necesers de nácar y que las tirara en una nansa rodeada de neblina y llena de nenúfares, nécoras y nísperos. La máquina cumplió el encargo sin titubear, pero Trurl, todavía no del todo seguro de su funcionamiento, le dio la orden de fabricar sucesivamente nimbos, natillas, neutrones, néctares, narices, narigueras, ninfas y natrium. La máquina no supo hacer esto último y Trurl, muy disgustado, le exigió una explicación de ese fallo.

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  • Gigamesh

    A Perfect Vacuum
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    Vacio perfectoGigamesh

    Patrick Hannahan

    (Transworld Publishers, Londres)

     

    He aquí un autor que tuvo envidia del éxito de Joyce. En Ulises, toda la odisea se concentra en un solo día transcurrido en Dublín, el infernal palacio de Circe es el envés de la Belle Époque, la más barata confección pantalonera de Gerta McDowell se retuerce en una soga para el comprador Bloom, las cuatrocientas mil palabras forman un desfile de protestas contra la época victoriana, a la que hace estallar con el arma de todas las estilísticas disponibles para una pluma, desde el flujo espontáneo de la conciencia hasta el acta de un juez de instrucción. ¿No fue acaso la culminación de la novela y, al mismo tiempo, una monumental inhumación de la misma en el panteón familiar de las artes (en Ulises hay incluso música)? Se ve que no; se ve que el mismo James Joyce juzgó que no lo era, puesto que decidió ir más lejos y escribir un libro donde se concentrara la cultura no en una sola lengua, sino que fuera como una lente convergente del universalismo lingüístico, un descenso a los cimientos de la Torre de Babel. Ni confirmamos ni negamos aquí las excelencias de Ulises y Finnegan’s Wake, dos actos de temeridad en su aproximación

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